dimarts, 19 de juliol del 2011

Las Cartas

Cae el sol con toda la intensidad, que le permite ésta tierra, el empedrado suelo proyecta su calor a las blancas fachadas y calienta los viejos bloques de sillería, de los antiguos caserones, reflejando sus sombras a lo largo de la empinada cuesta.
Por las paredes de los patios cuajados de macetas, se oye el chapoteo del agua, los gritos de los niños y una pelota que vuela por encima de un bardal.
El paisaje es el mismo, las gentes, algunas también aunque más envejecidas por el paso de los años, otras...aquellas niñas que jugaban en la calle, saltando a la comba ó sentadas en los trancos de las casas, vistiendo muñecas de trapo  y jugando a médicos y enfermeras.
Recuerdos, sueños perdidos por el paso de los años, vivencias que aunque cortas, formaron parte de una vida, de un pasado entre agridulce y triste, de un sabor a aceituna amarga y cucharrillos de pan con aceite y azúcar.
la casa casi al final de la cuesta, un pequeño rellano de piedra noble, daba y da paso al caserón, fachada labrada con signos de otro tiempo, enormes hojas de madera, que solo se abrían al amanecer, cuándo salían las bestias, con los aperos cargados en sus lomos, y al caer la tarde, a su vuelta, con las ramas de olivo, atravesarían de nuevo el empedrado pasillo del portal, para servir de alimento, cuándo al anochecer regresaba el rebaño de rumiantes.
De amanecida, el humean te olor a leche recién ordeñada me despertaba.
Allí estabas tú, encorvando tu varonil figura, vaciando los cubos en la cantara.
Ella, trajinaba en la cocina, agachada en el relé de la lumbre, preparando en el viejo puchero, la malta que una vez colada y migada con pan del día anterior, le serviría de desayuno, mientras que yo aprovechaba su ausencia y en complicidad contigo, me amorraba al último cubo de leche.
Siempre creí que la  engañaba, al llegar a la cocina y decirle, que acababa de despertarme
¿No habrás bebido leche en el cubo? me preguntabas
nooo, contestaba con una cara que me delataba, no solo por mi expresión de pilla si no también , por aquellos morritos blancos, que por si solos delataban mi "delito"
Anda ven, me decías, que tienes pasta de dientes en la boca
y yo...inocente, contestaba,!no tita si todavía no me los he lavado¡
sonreías, como si no te hubieses enterado y sentada en el portal que daba al patio, peinabas mi rizado cabello y me aleccionabas de todo lo que debía hacer aquel día, a sabiendas, de que una vez en la calle, se me habría olvidado todo.
Volví sobre mis pasos, lenta pensativa, hasta llegar al pequeño escalón que formaba la calle con la cuesta, lo subí, ésta vez con más dificultad, que cuándo niña.
Un ligero toque en mi espalda,hizo que me girase, la conocía, no en vano nos habíamos tratado durante unos años.
Has venido a por ellos, me preguntó.
He venido, le contesté, ahora veremos a qué, ya sabes como es, pero a los niños me los llevo, quiera él venirse o no.
Su cara reflejaba sus dudas, ella sabía bien como era y que iba a ser difícil que diese su brazo a torcer.
Sigue...

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