diumenge, 24 de juliol del 2011

La Onza de chocolate,,2

Había amanecido, el sol entraba a raudales por la ventana, de  pronto se oscurecía la estancia como si se hubiese apagado la luz, para en pocos segundos volver de nuevo a inundarse con sus fuertes rayos.
Miraba a través de los visillos, ¿tenia miedo de correrlos? si, era miedo a ver todo lo que se escondía tras ellos.
Allí, frente a la ventana, se abría todo un mundo  de colores opacos grises y…de azules  maravillosos, pero  no quería verlos, ¿era miedo?  podía ser el miedo a no ver los claros, a ver solo aquella oscuridad, que por momentos la  envolvía.
Retrocedió unos pasos, allí estaba  la mesa, con todas las fotografías, la vieja maquina de escribir y…los recuerdos.
Como por inercia puso un papel en la vieja olivetti,  sus manos no se  movían, si no sus pensamientos, allí en aquella hoja antes en blanco iban apereciendo como por magia, momentos, que ya no sabia que habían existido.
Cerró los ojos y se recostó en la silla, el sol seguía dando su fuerza a intervalos de tiempo, pero ella no veía sus claroscuros, solo su calor que apretaba fuertemente su cuerpo contra los recuerdos.
Como si de magia se tratase, se encontró al otro lado de sus sueños.
Allí en aquella cuesta empedrada, poblada de pequeñas casitas blancas , sus tejados rojos y las diminutas ventanas casi debajo de ellos.
Una niña, de no más de cuatro años, con cabellos rizados de un intenso negro azabache, gritaba

El hombre se paro sobre sus pasos, metió la mano en su bolsillo y sacó una onza de chocolate
la niña se acercó y alargando su manita, tomó el dulce, se abrazó al padre y…serena, como si fuese ya una persona adulta le dijo…toma, es mi moneda de la suerte, llévatela así sabrás que tienes que volver, no la gastes, porque si lo haces ya no volverás a ser mi papa y yo no quiero perderte.

La varonil silueta se fue haciendo cada vez más pequeña hasta desaparecer a los ojos de la niña.
Bajó los escalones que la separaban de la calle, entró en la estancia y sin mediar palabras se sentó en la vieja mecedora, la lumbre chisporroteaba con fuerza, se durmió, mientras la pieza de chocolate se derretía en sus manos.

El reloj del tiempo no entiende de angustias y siguió dando sus horas inexorablemente.
Los niños, tienen una enorme capacidad para asimilarlo todo, yo diría que un desván interior en el que almacenan sus vivencias, que sacaran algún día, cuando ya mayores, no sean capaces de almacenar mas recuerdos.
Desperté de mi letargo, aquella niña ya podía sacar a la  luz sus tesoros ocultos, pero…¿estaba preparada?


Ese día todo fueron despedidas y lagrimas, nana se abrazó a su vieja cabra, aquella que la alimentó cuándo por unas fiebres, su madre no pudo hacerlo.
Allí de pie como un gigante ante sus ojos, su tío, firme sereno, como si no le importase su marcha.
Pórtate bien, se buena y obedece a tu madre, le dijo con voz firme
yo soy siempre buena contestó nana, y despertó las risas de todos
Cuándo duermes contesto la tia, y…me parece que tampoco.

El viejo autobús, cargado hasta su techo de bultos, esperaba para salir hacia su destino.
¡vamos¡ grito Manolo ¡arriba¡ to el mundo, que hay que llegar a linares antes de las siete.
Pegada al cristal de la ventanilla, nana iba dando instrucciones a su tío.
Guárdame leche de las cabras, que mañana bajaré a bebérmela !no te olvides tito¡
no me olvido respondió Alberto, esta vez su firmeza había desaparecido, como si se hubiese dado cuenta, que nana, ya  no iba a volver.

Permaneció de pie pegada su carita al cristal, hasta que las figuras, se fueron haciendo un punto en el horizonte, se sentó, despojó sus manos de los guantes de lana, que tanto le costaba quitarse aunque hiciese calor, y sacó la pieza de chocolate que llevaba envuelta en el bolsillo del abrigo, con sumo cuidado la desenvolvió, contempló callada la imagen de la virgen que llevaba grabada  y liando de nuevo el dulce lo guardó en su bolsillo.
¿No te lo comes? Preguntó su madre
No, si me como la virgen ya no tendré más y entonces nunca más veré a mis primas, ni a los titos, ni tampoco a mi azulica, voy a guardarla, hasta que volvamos.

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