VUELTA AL PASADO
Eran
vagos recuerdos los que venían a mi mente, sueños de niña, nostalgias de un
recuerdo que había quedado grabado en aquellas infantiles pupilas y que ahora
empezaban a pasar como una película de súper 8, sí, aquellas viejas cintas que
dormían en el desván cubiertas de polvo y añoranza. A través del cristal se
dibujaba ante mis ojos, la grandeza sublime de aquella majestuosa tierra, el
verdor plateado de su océano de olivos contrastando con el negro brillante al
sol, de la pizarra de sus sierras y la jara y adelfa, veri cueteando hasta el fondo del mal llamado valle, donde
el espejo transparente y cristalino de las aguas daban forma al pantano, que a su vez, era el cancerbero
del pasado de aquella legendaria tierra.
Sentada
en el asiento delantero de mi viejo “mercedes” cada uno bautiza su coche como
le gusta y con la mirada al frente intentando no perder detalle de todo lo que
iba pasando ante mis ojos, recordaba mis
subidas y bajadas por aquellos empinados
riscos, acercándome a las adelfas del camino y oyendo la voz de los
mayores diciéndome, no cortes las flores son venenosas,¿Cómo podían ser
venenosas? eran ¡tan hermosas¡, al menos para mí lo eran, quizá porque en mis
largos paseos hasta el agua, no había encontrado otras, o quizá, por el rosa
intenso de sus pétalos.
Recordaba
mi pueblo encaramado en un montículo y me veía de niña al pie del viejo pozo,
que paradojas de la vida, se llama “pozo nuevo” atrás quedaban los álamos del camino,
hoy desaparecidos y… la vieja vereda hacia la ermita y el cementerio, la
ermita…recordar solo su nombre, era como volver
de nuevo a ser niña.
Junto
al pozo, un pilar que servía de abrevadero a la vuelta de la dura jornada diaria
y
ante mí, la carretera que accedía a mi querida Villa. Una vieja herrería era el
muro divisorio de las dos entradas, a la
izquierda, la vieja carretera que solo avanzando unos metros, llegabas a las
escalinatas del paseo, nunca supe come se llamaba, para mí era el acceso a la
“pava”, el viejo coche de línea, que todas las mañanas recorría el camino de
álamos y olivares hasta llegar al cruce, donde para mí, empezaba la agobiante
civilización. Y no es que mi pueblo no estuviese civilizado, en aquella etapa
de mi vida, civilización significaba, bullicio aglomeración, gente y falta de
aire para respirar, por eso era tan
feliz en mis cortas estancias en lo que
para mí era mi paraíso particular, mi pueblo.
Catorce
años tenía en mis últimas vacaciones, ya no volvería, hasta varios años
después, pero esa etapa prefiero dejarla dormida en el desván de mis recuerdos,
abrigada con la vieja capa de unos sueños rotos.
Había
llegado a la plazuela, allí, me detuve para dejar paso a los coches que bajaban
de la plaza, el paso es estrecho.
Ya
en la plaza dejé mi viejo mercedes aparcado y salí de él para respirar aquel
aire que todavía permanecía en mis recuerdos.
La
plaza seguía siendo a pesar de sus cambios, la misma de siempre, la imponente
Iglesia, la fachada de piedra de su ayuntamiento sus casas señoriales y allí
como resaltando en un cielo solo hecho para ella, la almena del castillo.
Por
un momento y sin moverme del atrio de la Iglesia , subí la cuesta de Santa María,
y
me vi. como un granito de arena ante la inmensidad de aquella fortaleza.
Abrí
los ojos para volver a la realidad y volví a mi viejo coche.
Enfilaba
la calle
despacio, queriendo reconocer todos aquellos viejos caserones y aquellas
piedras, que tanta importancia tenían en mí.
Todo
seguía igual y sin embargo todo era distinto, las casas continuaban en los
mismos lugares, pero con grandes cambios, fachadas que yo recordaba blancas,
eran ahora de hermosa piedra, dándoles un aire más señorial y a la vez austero.
Antes
de seguir la calle que desembocaba ante la misma Cruz de las Azucenas, me
detuve, tras de mí seguía impertérrita la vieja fuente, cuantos remojones me
había dado,
era
mi pasión mojarme y salpicar a mis amigos con el chorro mientras aplastaba la mano en su caño para que el agua
se repartiera y cuantas veces me caía la regañina, niña, que el agua no se
esturrea, pero yo esperaba que se escondiera en su casa quien me llamaba la
atención y volvía de nuevo a las andadas.
Decidí
aparcar mi coche y seguir a pie la distancia que me separaba de la ermita.
Era
majestuoso lo que había ante mis ojos, era exactamente como la película que
guardaba en mi memoria.
Caía
el sol con fuerza sobre las casi escondidas piedras del atrio de la ermita,
pequeñas briznas de hierba pisoteada intentaban abrirse camino entre ellas.
Delante
mismo, se abría un corto pero hermoso
paseo, en el centro de la amplia calle, que yo recordaba de casas de una sola planta, en las que el
sol resaltaba sus rayos sobre la cal de sus paredes, todo había cambiado, al
fondo el viejo edificio del matadero,
me
llamó la curiosidad saber si todavía, se ejercía actividad en él.
Giré
mis pasos , esta vez dándole la espalda a la pequeña y coqueta avenida cubierta
de rosales y pequeños setos, que de seguro, harían las delicias en las noches
de estío a todos sus paseantes.
Todo
era diferente a como yo lo recordaba, el pueblo había crecido, las viejas y
destartaladas casas, se habían convertido en otras más grandes, el progreso
había llegado también a aquel añorado
rincón de Sierra Morena.
Los
mayores cara al sol, me miraban con extrañeza, nadie me conocía, pero algo sí,
les decía en su interior que yo no era una turista más de las que se veían por
el pueblo.
Quería
quedarme allí un rato y recordar, pero no se porque sentí miedo, miedo a…no
sabía a que, quizá a mis recuerdos, o tal vez a encontrarme con un pasado al que
mi yo interno quería volver, pero mi
presente, se obstinaba en olvidarlo.
Absorta
en estos pensamientos no advertí la presencia de aquella mujer, que con una
dulzura que me resultaba familiar, me preguntó, ¿te gustaría entrar a la
ermita?, sin esperar mi respuesta continuó,
¿ves aquella puerta?, llama, las monjas te la enseñarán.
no
se si llegué a llamar a la puerta y tampoco recuerdo que nadie me abriese, pero…estaba allí, en la
entrada, al fondo, la mayor maravilla que en todos mis muchos años había contemplado,
¡el Camarín! sus diminutas figuras se reflejaban
esplendorosamente en los no mayores espejitos que lo poblaban, se decía, que a
quien lo hizo le habían sacado los ojos cuándo lo terminó, para que no
repitiese tan bella obra en otro lugar. A un lado y a otro relucientes
y recién rescatados
del
polvo del tiempo, lucían esplendorosos los lienzos, que de niña tanto me
impresionaran.
Ávida,
busqué, pero no lo encontraba, de nuevo sonó en mis oídos la voz dulce y
arrulladora de aquella mujer,
Ahí
está, ¿lo ves?
Sí,
claro que lo veía, pero… ¿Qué había pasado?, “Ella”, la Condená , no estaba, su figura desgarradora. con
los pelos encrespados y su mirada de ultratumba, mostraba la de un hombre, no
por eso menos enigmática.
Ven,
siéntate, me dijo dulcemente, te ayudaré a recordar
En
aquel momento un frío intenso recorrió mi cuerpo, en sus verdes ojos, cuál espejos al pasado,
estaba yo, la niña de negros y largos
tirabuzones, cogida de su mano y escuchando atenta la vieja historia, que no se
si otras madres la contaban a sus hijas, pero a mí, me la contó la mía aquel
último verano, a partir de entonces, ya no volvería a disfrutar de sus paseos
ni de las bellísimas historias que me contaba, cuándo juntas volvíamos a
nuestras raíces.
Mi
querida niña, no debí contarte la leyenda de aquella forma, se que solo te producía
miedo y terror, pero eso, lo se ahora, por eso estoy aquí, para contártela tal
y como siempre se ha conocido, casi todos la creen leyenda, yo puedo asegurarte
que no lo es.
Habíamos
dejado atrás la ermita y a los viejos tostándose al sol, el paseo había
desaparecido y las puertas del viejo matadero estaban abiertas, dando muestras
de que dentro había actividad...
frente
a nosotras, el negror de la pizarra de aquella sierra, las viejas encinas, las subidas
y bajadas de sus montes abrían el camino en el profundo barranco.
Desde el pozo Luzonas, el camino se abría
entre riscos de pizarra y matojos, jara y tomillos desprendían su aroma, que
iba impregnando en el ambiente,
A
medida que avanzábamos ambas silenciosas, un halo de paz y seguridad me invadía
el alma y a la vez sentía el miedo que de niña me producía caminar por aquel
lugar. Atrás quedaba el altozano dejando
solo al descubierto de la mirada los rojos tejados de las casas.
los
arroyuelos que serpenteaban en el barranco, daban vida a aquella majestuosa naturaleza.
Me
vi. reflejada en sus limpias aguas, transparentes, como espejos límpidos y
relucientes que iban mostrando por momentos imágenes de mi vida, todos los
momentos felices y amargos, se fueron reflejando en aquel pilar, el mismo que
según la leyenda, contaba que en sus aguas reposaba la Encantá a la espera de que
cualquier alma se asomase, para cambiarse por ella.
Bajé
de la piedra en que me había subido para llegar al borde del pilarejo y mirando
a la mujer, le pregunté; ¿Por qué no me ha cogido la encantá?, no decías que
los que pasaban por aquí y se asomaban se quedaban dentro hasta que pasara otro
y se cambiaran?
Sonreía,
sus grandes y verdes ojos me miraban con un candor especial, pero que para mí,
no era extraño.
Mi
querida niña, esto no es más que la ventana a tus obras, es…como un libro en el
que se han ido escribiendo todos tus pasos, si tu alma ha sido noble, las aguas
del pilar serán claras, aquellos que temían tanto pasar por aquí, era por su
mala conciencia,
nunca
tengas miedo a nada, si siembras esperanzas recogerás alegrías, si siembras
vientos…recogerás tempestades.
El
ruido del agua golpeando un papel y el olor de tierra mojado me trajo de nuevo
al presente.
El
autobús acababa de aparecer, por la curva que llegaba desde la carretera de la
llaná
saludos
ResponEliminaQue bien has retratado a tu Baños del recuerdo. Viejas instantáneas grabadas en tus pupilas de de por vida. Hasta los olores de antaño nos pueden recordar vivencias que no se quieren olvidar, o quizás algunas si, quien sabe. Cuan entrañable es tu pueblo cuando se han pasado muchos años lejos de él. No se si es mas duro marcharse o volver a él dependiendo del estado en que nos encontremos. Yo también conozco a tu pueblo, como he comentado en alguna ocasión, desde que tenía catorce años y ya estoy muy cerca de los sesenta. He paseado por sus calles, he visitado su castillo, sus iglesias y casas señoriales y también he visitado sus bares, tabernas y hoteles. Baños se escribe con "B" como Bailén y solo nos separa una corta carretera serpeante que discurre entre bellos olivares. Saludos "Nana", permíteme que así te nombre.
ResponEliminaLa añoranza de lo que no tenemos a veces, nos hace idealizarlo, aunque no creo que sea ese mi caso, mi pueblo tiene magia como todo su contorno, asentado en dos cerros el del cueto y el de la calera, vigila atento todo su entorno, su fortaleza permanece intacta para recordarnos toda su historia.
ResponElimina!Gracias por leer mis humildes letras¡ y por tu admiración a esta tierra que es tan tuya como nuestra.